Astor Piazzolla por Charles Reilly

“Tengo un ilusión: Que mi obra se escuche en 2020. Y en el 3000 también”. Astor Piazzolla

El bandoneonista y compositor argentino Astor Piazzolla, creador del Nuevo Tango, habría cumplido 100 años este 11 de marzo.

Murió en 1992 a los 71 años. Pero para entonces, su música, una insolente reescritura de las reglas del tango a partir de fuentes tan dispares como el jazz, la música clásica europea y el klezmer, ya lo había convertido en una figura internacional.

Piazzolla, quien alguna vez fue hasta violentamente rechazado en su país, atrajo al Nuevo Tango público de todo el mundo y ganó admiradores y defensores tan dispares como Mstislav Rostropovich, Yo-Yo Ma, Gil Evans, Al DiMeola, Gary Burton y Grace Jones.

Quizás la mejor revancha fue para el joven Piazzolla quien, como estudiante de música clásica de día y músico de tango por las noches, había soñado con ser un compositor clásico en la tradición europea. No le fue necesario imitar a nadie. Unas décadas mas tarde, Piazzolla no sólo llegó a dirigir sus conjuntos en los templos de la música clásica sino también a escuchar su Nuevo Tango interpretado por orquestas sinfónicas, grupos de cámara y cuartetos de cuerda.

Ser Piazzolla resultó ser suficiente.

Para renovar tradiciones y desafiar hábitos profundamente arraigados en una cultura, a veces se necesita alguien foráneo, alguien “de afuera”. Piazzolla, que no nació en Buenos Aires, la capital del tango, sino en Mar del Plata, una ciudad costera a unos 400 km al sur de Buenos Aires, y que luego creció hasta los 17 años en el duro Lower East Side de Manhattan en los años ’20, fue el eterno forastero, por destino y por elección.

Recibió su primer bandoneón como regalo de su padre, un amante del tango, y comenzó a estudiarlo sin mucho interés, para complacerlo. En esa época en Nueva York no había mucho de donde elegir en la búsqueda de profesores de bandoneón, así que Piazzolla se las arregló probando los botones de esa caja misteriosa, estudiando con pianistas, y adaptando al bandoneón la música de Bach y Schuman que aprendía de sus maestros de barrio.

Cuando la familia regresó a Argentina, no hablaba muy bien el castellano. “Mi madre me hablaba en español y yo le respondía en inglés”, me dijo una vez.

Después de un tiempo en Mar del Plata, Piazzolla se trasladó a Buenos Aires — y para su primera audición como bandoneonista en una orquesta de tango se le ocurrió tocar algo de Mozart y de Gershwin.  “Dejate de fantasías, pibe”, le dijo “El Tano” Lauro, el director. “Tocate un tango en cuatro, chan chan, chan chan”. Le dieron el puesto, claro.

Pronto consiguió trabajo tocando y arreglando para Aníbal Troilo, gran bandoneonista y compositor que dirigía una de las mejores orquestas de tango de la época. Aún así, en el mundo del tango, Piazzolla era un bicho raro con talento. Ni siquiera Troilo le bastó musicalmente. Comenzó a estudiar con el gran compositor clásico Alberto Ginastera (fue su primer alumno) organizó su propia orquesta, escribió música para el cine y, harto de las miserias del mundo de los cabarets y de las limitaciones musicales del género, abandonó el tango.

En 1954, con 33 años, Piazzolla ganó una beca para estudiar en París, Francia, con la legendaria Nadia Boulanger, maestra de Aaron Copland, Darius Milhaud y Elliot Carter, entre otros.

A ella no le impresionó su escritura clásica pero, años más tarde, Piazzolla recordaba con cariño la escena en la que Mlle. Boulanger le pidió que tocara algo más, lo que fuera que tocaba allá en su país. Un poco mortificado, empezó con “Triunfal”, uno de sus tangos, y tras unos compases ella lo paró. “Este es Piazzolla”, le dijo. “No lo dejes nunca”.

La bendición de la gran maestra lo reenfocó y le renovó sus energías. Volvió a Argentina, y en 1955 organizó un extraordinario octeto (inspirado, decía, en el Tentet de Gerry Mulligan) que marcó un antes y un después en el tango.

Al ignorar las demandas de la pista de baile y buscar algo más que repetir los clichés de la música, Piazzolla, el hombre al que muchos acusaron de matar el tango, lo salvó, quizás especialmente, de sí mismo.

En su Nuevo Tango, Piazzolla mantuvo la emoción del tango pero evitó su tendencia a la mórbida nostalgia y la autocompasión. Su escritura era elegante y cosmopolita, pero también visceral. Trajo al tango un nuevo vocabulario armónico y rítmico, con guiños al jazz, y al trabajo de Bártok y Stravinsky, melodías operáticas y temas presentados en forma de fugas a tres voces. La suma resultó en un sonido agresivo pero también lírico, conmovedor en su áspera ternura. Y aunque era un maestro del bandoneón, su mejor instrumento fue quizás el quinteto – una agrupación del mundo del jazz, no del tango – compuesto por bandoneón, piano, contrabajo, violín y guitarra eléctrica.

Piazzolla trataba a sus quintetos como orquestas en miniatura, pero también les decía a sus músicos que la música tenía que tener mugre, sugiriendo suciedad, calle.

Su Nuevo Tango vive en la perfección de la imperfección. Su humanidad le hizo inmortal.

Fernando González tradujo y anotó las “Memorias” de Astor Piazzolla (contadas a Natalio Gorin) Amadeus Press, 2001; y escribió las notas de tapa de cuatro discos de AstorPiazzolla en los años 80.

Una versión en inglés de este ensayo fue publicado en la revista JAZZIZ