Gato_barbieri

Foto de Pino Alpino. Wikimedia (English version)

Don Mario Bauzá, arquitecto y director musical de Machito and his Afro-Cubans, figura crucial en la mezcla de ritmos afrocubanos y armonías de jazz y pieza indispensable en el encuentro de Dizzy Gillespie con Chano Pozo, el tema lo irritaba.

“No sé de qué hablan cuando hablan de Latin Jazz. Eso no es Latin Jazz”, decía con su inconfundible gruñido en una charla en New York en los años 80. “Nadie toca ´Latin jazz´. Eso es jazz afrocubano”. Para Bauzá, no era una cuestión de dar debido crédito. Él hablaba de un “Latin Jazz” mucho más ancho y profundo, incluyendo mucha más música del mundo Latinoamericano: joropos venezolanos, huapangos mexicanos, palos del flamenco, tango.

Una conversación entre ellos hubiera sido fascinante. Barbieri, más conocido como compositor e intérprete de la banda sonora de la controversial El Último Tango en Paris de Bernardo Bertolucci, dijo más de una vez que él no tocaba jazz. Desde ya, nunca se vio como un músico de Latin Jazz. Y sin embargo, con un puñado de discos grabados entre finales de los años 60 y mediados de los 70, Barbieri marcó un antes y después en el universo del jazz.

Habiendo hecho su punto, el maestro concedía que había excepciones.

Pero su lista de artistas en su visión del Latin Jazz era corta.

Un infaltable era Gato Barbieri.

Alguna vez Bill Evans sentenció que el jazz no era un “qué” sino un “cómo”.

Barbieri aplicó ese “cómo” — desde las ideas de reinterpretación e improvisación a la instrumentación — a temas del Gran Cancionero Latinoamericano y una enorme variedad de estilos de las Américas. Como muchas ideas que resultaron profundamente transformadoras, ahora la propuesta parece obvia.

Después de todo, si un músico norteamericano de jazz podía usar de punto de partida un viejo blues rural o “Some Day My Prince Will Come”, de una película de Disney, ¿por qué no reinterpretar un chamamé tradicional, deconstruir “El Dia Que Me Quieras” o reimaginar “Bahía”?

Comenzando con The Third World, todo un manifesto en 1969, y desarrollado en sus discos Bolivia (1971), El Pampero (1971), Fenix (1971), Under Fire (1973), Chapter One: Latin America (1973), Chapter Two: Hasta Siempre (1973), and Chapter Three: Viva Emiliano Zapata (1974), Barbieri dio voz (a veces literalmente) a una visión revolucionaria de Latinoamérica.

“Gato tenía un gran olfato por el momento, el espíritu de la época”, observa Sergio Pujol, historiador musical y autor del recientemente publicado Gato Barbieri Un Sonido Para El Tercer Mundo (Planeta) y autor de Jazz Al Sur (Emecé, 2004) y Cien Años de Música Argentina, Oscar Alemán la Guitarra Embrujada (Planeta, 2015) entre otros. “Y yo creo que ahí tiene mucho que ver también la figura de [su esposa] Michelle. Ella me parece que es muy importante en este proceso. Es una especie de ideóloga, digamos, de la música de Gato. Es un personaje muy atento a los vientos políticos y culturales que soplaban en ese momento. No nos olvidemos que cuando él graba The Third World, América Latina está en la mirada del mundo. Había un protagonismo de América Latina en la geopolítica internacional y, en ese contexto, expectativas de cambio. Culturalmente, se vivía lo que se llamó ‘el boom de la literatura Latinoamericana’. Y creo que ellos, ella, sobre todo, se da cuenta que ahí hay un espacio a explorar”.

Además, musicalmente, “Gato, por lo menos hasta mediados o hasta principios de los 80, siempre estuvo actualizado, siempre estuvo a tono con las tendencias dominantes de la época”, observa Pujol. Esa curiosidad lo lleva del bebop y post-bop de Buenos Aires en los años 50, al free- jazz cuando alentado por Michelle se muda a Italia y en 1963 conoce a Don Cherry, un encuentro crucial que produce dos importantes discos. Y de allí a Nueva York y la vanguardia representada por Carla Bley y la Jazz Composers Orchestra (con quienes graba la ópera Escalator Over The Hill ). El momento es una oportunidad y una revelación.

“Cuando él va a Nueva York en el ‘66 por primera vez con Don Cherry, se da cuenta que por más bien que toque el saxo, por más técnico que sea, por más que Carla Bley lo considere uno de sus saxofonistas favoritos, él no va a tener un lugar relevante en la historia del género”, dice Pujol.

Es necesario hacer un giro. Y cuando está considerando seriamente volverse a Argentina, el artista responde al momento. Trabajar con el pianista y compositor sudafricano Abdullah Ibrahim (entonces bajo el nombre Dollar Brand) lo pone codo a codo con un artista del Tercer Mundo reinterpretando su música folclórica en el lenguaje del jazz. El encuentro resulta en el disco de duetos Hamba Khale (1968). En New York, sus charlas con el cineasta brasileño Glauber Rocha lo encaminan en una estética revolucionaria. En el aire esta la idea de antropofagia cultural expresada en Tropicalismo: absorber las influencias culturales extranjeras y devolverlas “brasileñizadas”.

“Para Gato es una salida muy interesante”, nota Pujol. “Porque lo que hace Glauber Rocha como realizador es tomar la tradición de la nouvelle vague francesa en términos del lenguaje cinematográfico, pero con un contenido muy local y muy político”.

Para Barbieri, es una idea en la que confluyen sus intereses musicales y políticos.

Barbieri en el Festival de Jazz de Montreux, 1971, con Lonnie Liston Smith en el piano, Chuck Rainey, bajo eléctrico, Bernard “Pretty” Purdie en batería, Sonny Morgan, congas y Nana Vasconcelos en percusión y berimbau.

“No olvidemos que él era afiliado al Partido Comunista”, dice Pujol. “Nunca fue un militante en realidad, y quizás tampoco tenía una idea demasiado clara de las cuestiones políticas, pero de ninguna manera era un tipo insensible a esos temas. Por ejemplo, cuando se produce el golpe contra Allende el 11 de septiembre del ‘73 en Chile, él participa en una serie de conciertos en repudio en Nueva York”.

Esa temática y estética Latinoamericana en The Third World, Bolivia, o El Pampero, eran un espejo en el que los músicos de jazz afroamericanos que estaban dando voz a las luchas por los derechos civiles de los afroamericanos en Estados Unidos, podían verse.

En su propuesta, Barbieri establece al jazz como un lenguaje global que puede ser hablado con diferentes acentos.

Nadie se sorprende hoy en día cuando el pianista panameño Danilo Pérez trabaja sobre el tamborito; Chano Domínguez habla jazz en bulerías; el pianista venezolano Edward Simon reinventa “La Bikina”, o el trompetista peruano Gabriel Alegría explora la música afroperuana.

Y en medio de ese gran momento creativo en su carrera en el jazz, Gato, un cinéfilo que había escrito y participado en bandas de sonido en Argentina e Italia, encuentra su mayor éxito popular haciendo música para cine.

El realizador Bernardo Bertolucci, con quien Barbieri y especialmente Michelle tenían una relación de amistad y trabajo, lo llama para hacer la música para El Último Tango En París. La sensualidad del tema principal y ese sonido único de Barbieri, áspero, potente, y profundamente emocional, son un marco perfecto para la historia de soledad, sexo y desencuentro del film. El escándalo alrededor de ciertas escenas (la película es prohibida en Argentina) sólo añade publicidad. Último Tango convierte al saxofonista una estrella internacional.

Pero para mediados de los años ‘70 ese momento ha pasado.

Hasta el concepto de Tercer Mundo parece haberse desvanecido en la memoria.

“En los ‘80, Gato ya no está en tono con el momento” nota Pujol. “Hay una cosa medio retro en él. Desfasada. En los últimos años, Gato es como la estampa de otra época, una figura anacrónica”.

Lo que sigue entonces, musicalmente, es una larga coda en la que Barbieri gira en sus discos hacia el pop instrumental y el smooth jazz. Para la crítica, es un músico en declive. Pero Barbieri encuentra una nueva audiencia y éxitos, como su versión de “I Want You”, un tema de soul hecho famoso por Marvin Gaye o, más notablemente, la balada “Europa” de Carlos Santana. (En su biografía, Pujol nota que Michelle quería hacer de Barbieri “el Santana del saxo”.)

Pero Pujol sugiere que hay más que un mero cálculo comercial en este cambio de dirección.

“Gato es un oyente omnívoro. Escucha todo tipo de música y le gusta mucho el soul y el funk. Él nombra a Marvin Gaye entre sus ídolos musicales. ¿Qué otro músico de jazz de su generación nombraría a Marvin Gaye o a Stevie Wonder como referentes? Ninguno”.

Si el material, y a veces la producción, era insustancial, irredimiblemente mediocre, siempre estaba para el oyente la recompensa de ese sonido inconfundible, viril y decisivo. Y en directo, Barbieri simplemente sobrevolaba sus más recientes discos, aunque incluyendo guiños a sus hits, para revisitar su jazz Latinoamericano.

Aunque muy activo en directo, en sus últimas dos décadas Barbieri sugiere por momentos un artista a la deriva. No todo tiene que ver con la música. La muerte en febrero 1995 de Michelle, su gran amor, su compañera infaltable e indidspensable “ideóloga” musical, lo deja sin puerto. Y sólo unos meses más tarde, Barbieri siente dolores en el pecho durante una actuación y tiene que ser operado de urgencia del corazón.

Pero también hay momentos que sugieren la posibilidad de un final feliz.

Barbieri forma una nueva pareja con Laura Ryndak, una fisioterapeuta que, cuando lo conoció, “no tenía la menor idea de quién era Gato Barbieri” y, en 1998, a los 66 años, Barbieri es padre por primera vez.

Con Laura y Christian, el hijo de ambos, vuelve la música.

Barbieri en el Artscape festival, Baltimore, 1999. Foto de John Matthew Smith. Creative Commons.

La última grabación de Barbieri, New York Meeting en 2010, es sin embargo una vuelta al principio — y una despedida.

“Es un viaje a su propio pasado, una especie de su En Busca del Tiempo Perdido”, ofrece Pujol.

Barbieri toca acompañado por un trío compuestos de dos músicos argentinos, el pianista y compositor Carlos Franzetti, el baterista y gran amigo Néstor Astarita, y el bajista americano David Finck. El repertorio está compuesto, predominantemente, de estandards (“Someday My Prince Will Come”, “Equinox”); “Prepárense”, un tema de Astor Piazzolla que Barbieri había interpretado a su manera, con urgencia y ferocidad en The Third World, y una composición de Barbieri que era parte de la banda sonora de El Último Tango : “It’s Over” (Se Acabó).

Leandro José “Gato” Barbieri murió el 2 de abril de 2016 en la ciudad de Nueva York.

Tenía 83 años.

Para entonces, ya hacía tiempo que era inmortal.

(Para más sobre Gato Barbieri en Jazz With an Accent click here. English only)

Una versión editada de este artículo fue publicada en Gladys Palmera (https://gladyspalmera.com/)