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El pianista, compositor y director Chucho Valdés, dirige el homenaje y celebración Irakere 50 en el Arsht Center de Miami, el viernes. El event contó con la participación del músico de saxofonista Paquito D’Rivera (extremo derecho, de blanco) y el trompetista Arturo Sandoval (tercero por la derecha), figuras clave en el Irakere original.

El concierto Irakere 50 de Chucho Valdés celebrado anoche en el Arsht Center de Miami -un homenaje a la banda cubana que entre 1973 y 2005 marcó un hito en el jazz afrocubano- prometia una noche de sorpresas y nostalgia. Pero quizas la sorpresa más notable fue lo vibrante y relevante que sigue siendo su música. En cuanto a los buenos recuerdos, no hubo necesidad de refugiarse en lo que fue.

Todo estaba allí  – la riqueza en la composición, el virtuosismo instrumental, la energía, el humor.

Algunos de los miembros fundadores del Irakere que asombró al público y a otros músicos en su debut en el Festival de Jazz de Newport, en el Carnegie Hall, en 1977, han fallecido, entre ellos el gran trompetista Jorge Varona, el guitarrista Carlos Emilio Morales y el saxofonista Carlos Averhoff. Otros permanecen en Cuba. Así que el conjunto de anoche estaba compuesto por el cuarteto habitual de Valdés – José Gola, bajo eléctrico; Horacio “el Negro” Hernández, batería; y Roberto Jr. Vizcaíno Torre, percusión – aumentado por la participación sorpresa del hijo menor de Valdés, Julián, en la percusión, y ampliado con Eddie de Armas Jr. y Osvaldo Fleites en las trompetas; Luis Beltrán y Carlos Averhoff Jr. en los saxos, y el vocalista Ramón Álvarez. Pero lo que hizo de esta velada un evento histórico es que la formación incluía también a dos figuras clave del Irakere original, el saxofonista Paquito D’Rivera, que desertó en 1980, y el trompetista Arturo Sandoval, que dejó la banda en 1981 para formar su propio grupo y desertó en 1990. Hacía décadas que no actuaban juntos con Valdés.

El concierto se abrió con la potente “Juana 1600” de Valdés, el tema con el que Irakere tradicionalmente comenzaba sus espectáculos, y se cerró, claro, con el irresistible “Bacalao con Pan”, el salvo que anunció la llegada de Irakere y su primer gran éxito en 1973. Entre esos comienzos y finales hubo varias joyas — “Estela va a Estallar” (la versión de Valdés de “Stella by Starlight”), la intensa “Iya” de Sandoval, el mensaje de Dia de San Valentín a Mozart y el blues de D’Rivera con su atrevido “Adagio”, y un especial momento entre viejos amigos cuando Valdés, D’Rivera y Sandoval, tocando como un trío, revisitaron “Body and Soul” (¿cuántas veces habrán tenido estas pausas durante los ensayos para darse el gusto de tocar un estándar de jazz? ). El programa también incluyó apariciones de los vocalistas invitados Pancho Céspedes (interpretando una versión de la “Danza de los Ñañigos”, Valdés reimaginando la “Danza Lucumi” de Ernesto Lecuona, con un coro de niños) y la estrella de la salsa Luis Enrique.

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Chucho Valdés, Arturo Sandoval y Paquito D´Rivera — variaciones sobre “Body and Soul.”

A veces, al celebrar los logros de Valdés e Irakere por su inteligente y formidable mezcla de estilos populares cubanos, música ritual afrocubana, jazz, funk, rock y música clásica, se pierde de vista que éste era también un grupo de baile dinámico y exitoso.

“Nunca fuimos un grupo de baile. Éramos un grupo de jazz”, me dijo Valdés firmemente en una reciente conversación. Pero razones culturales y pragmáticas hicieron que Valdés, y por extensión Irakere, enfocaran su trabajo por vías paralelas: La experimentación del jazz afrocubano y la música de baile. (Duke Ellington, un compositor de jazz bastante bueno, también se ganó la vida alguna vez con un grupo de baile bastante bueno).

“El jazz en Cuba tenía un público limitado, así que empezamos a tocar música de baile para atraer a nuevos públicos a lo que hacíamos, y funcionó increíblemente bien”, me dijo. “Teníamos un público de bailadores tremendo, y a menudo, simplemente dejaban de bailar y escuchaban”.

En el concierto de Irakere 50 del viernes a la noche, el público vino a escuchar — y escuchó, y aplaudió en clave, y cantó, y se puso de pie y bailó. Fue la completa experiencia Irakere.